Íbamos a ser
dos. Un chiquito y yo. Al principio no, pero después sí, y yo lo esperaba
porque eventualmente iba a llegar y lo iba a abrazar y ahí íbamos a ser los dos. Y yo
estaba ansiosa porque iba a llegar e íbamos a ser dos. Y yo estaba ansiosa. E imaginé
tardes de juegos y noches de cansancio, pero con cuentos. E imaginé ese
cumpleaños en el que vos estabas abrojado a mi cintura y yo tenía unas medias
rayadas de payasa y había chicos corriendo a nuestro alrededor, porque yo te
sostenía en alto, porque vos ibas a reventar una piñata e iba a haber una lluvia
de golosinas, juguetes y papelitos. Entonces los chicos se agolpaban debajo y
nos miraban con la boca abierta y la mirada expectante, porque algo fabuloso y
de una violencia hermosa estaba a punto de suceder, y vos sonreías y te
faltaban dos dientitos, que dejaban dos ventanitas que exhibías orgulloso, por
las que pasaba aire, y podías hacerlas silbar. Y nunca llegaba a suceder en
verdad, porque me gustaba imaginarnos juntos en el momento anterior al suceso,
que siempre es lo más emocionante. Y ahora, quizás, hubiera estado bien que
haya imaginado el momento completo, porque ya no puedo imaginarlo más,
porque ya no estoy más ansiosa. Porque ya no vas a llegar, ya no va a ver una
eventualidad. Y entonces soy de nuevo sólo
yo, y ese lugar al que iba para ponerme nerviosa y jugar con vos ya no está
más, porque soy de nuevo sólo yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario