jueves, 20 de marzo de 2014

Íbamos a ser dos. Un chiquito y yo. Al principio no, pero después sí, y yo lo esperaba porque eventualmente iba a llegar y lo iba a abrazar y ahí íbamos a ser los dos. Y yo estaba ansiosa porque iba a llegar e íbamos a ser dos. Y yo estaba ansiosa. E imaginé tardes de juegos y noches de cansancio, pero con cuentos. E imaginé ese cumpleaños en el que vos estabas abrojado a mi cintura y yo tenía unas medias rayadas de payasa y había chicos corriendo a nuestro alrededor, porque yo te sostenía en alto, porque vos ibas a reventar una piñata e iba a haber una lluvia de golosinas, juguetes y papelitos. Entonces los chicos se agolpaban debajo y nos miraban con la boca abierta y la mirada expectante, porque algo fabuloso y de una violencia hermosa estaba a punto de suceder, y vos sonreías y te faltaban dos dientitos, que dejaban dos ventanitas que exhibías orgulloso, por las que pasaba aire, y podías hacerlas silbar. Y nunca llegaba a suceder en verdad, porque me gustaba imaginarnos juntos en el momento anterior al suceso, que siempre es lo más emocionante. Y ahora, quizás, hubiera estado bien que haya imaginado el momento completo, porque ya no puedo imaginarlo más, porque ya no estoy más ansiosa. Porque ya no vas a llegar, ya no va a ver una eventualidad. Y entonces soy de nuevo sólo yo, y ese lugar al que iba para ponerme nerviosa y jugar con vos ya no está más, porque soy de nuevo sólo yo.