Anoche, fui troyana.
Se estremeció hasta el último órgano de mi cuerpo al pensar en la sanguinaria muerte de Héctor, en su cadáver siendo arrastrado al rededor de las murallas. Fui el dolor de Casandra y fui también una esclava atemorizada por su futuro. Su inminente vida de violaciones, de oscuras noches, de oscuros días, en que sólo vería gemidos. Suyos y ajenos. Pero todos sobre ella.
Se estremeció hasta el último órgano de mi cuerpo al pensar en la sanguinaria muerte de Héctor, en su cadáver siendo arrastrado al rededor de las murallas. Fui el dolor de Casandra y fui también una esclava atemorizada por su futuro. Su inminente vida de violaciones, de oscuras noches, de oscuros días, en que sólo vería gemidos. Suyos y ajenos. Pero todos sobre ella.
Fui ellas. Las que sostuvieron Troya. Las que abiertas de gambas ante los griegos (y los troyanos), mantuvieron la estirpe y procrearon la Patria. Bajo el horror, como todas las patrias.
Anoche, me violaron.
Anoche, me salió un gremlin. Horrible, y asqueroso y doloroso.
Anoche, cagué a Troya.
Anoche, fui esclava.
Fue Casandra (y no Apolo), la que me iluminó y me dijo cómo hacerlo, "con el mayor dolor posible", me explicó. Y así lo hice.
Me dolió.
Aunque, al fin y al cabo, era de esperarse. No puede cagarse, procrearse, una patria sin sentir un indecible dolor, pensé luego.
Ahora, al haberla dejado ir, me lamento: por el dolor y la Patria ausentes. Sí, por ambas ausencias. Ambas duelen. Y ambas, también, huelen a mierda.
Amo a mi creación, aunque me cueste admitirlo. Odio decir que amo la patria, que amo la mierda. No lo hago.
Sólo hoy, acá. En esta "confesión" que nadie leerá, puedo decir:
Cagué a Troya,
cagué a la Patria,
tiene olor a mierda,
y la amo.